Fue San Pedro un pobre pescador de Galilea, residente en Cafarnaúm. Era un hombre sencillo, con poca instrucción, y vivía de su modesto oficio.
Su hermano, Andrés, también pescador, fue quien lo presentó al divino Maestro. Cuando estuvo delante del Salvador, éste le dijo: “Simón, hijo de Jonás, de ahora en adelante te llamarás Pedro”. Pedro quiere decir piedra. Y, en efecto, Jesús le distinguió ya enseguida como Piedra fundamental de su Iglesia y cabeza del Colegio Apostólico. Por voluntad de Jesús, la figura de Pedro se va destacando cada día más entre los Apóstoles. Él es quien recibe de Jesucristo más demostraciones de familiaridad y confianza.
Un día, Jesús subió a la barca de Pedro y le mandó que echase las redes para la pesca. Pedro le hizo notar que él y sus compañeros lo habían hecho inútilmente toda la noche; pero añadió: “Ya que Tú me lo dices, echaré las redes”. Fue tanta la pesca, que las redes se rompían. Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: “Apártate de mí, Señor, que yo soy un pobre pescador”. Jesús le dijo: “No temas, serán hombres lo que tú pescarás de ahora en adelante”.
En otra ocasión, se desencadenó una tempestad que ponía en peligro la embarcación donde se hallaban los apóstoles. Cuando estaban más espantados, Jesús se les apareció sobre el mar, caminando hacia ellos. Pedro le dijo: “Si eres Tú, manda que yo vaya hasta Ti sobre las olas”. Jesús lo ordenó, y Pedro se lanzó al mar caminando sobre las aguas. Sopló una ráfaga de viento, las olas se encresparon, y Pedro parecía que se ahogaba. “Señor, sálvame”, gritó aterrorizado. Jesucristo se le acercó, le extendió la mano y le riñó dulcemente: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?”, y en un instante se calmó la tormenta.
Cuando Jesús prometió el alimento eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre, casi todos los oyentes se extrañaron y se marcharon sin querer oírle más. Jesús le preguntó a los apóstoles si se querían ir y Pedro, a nombre de todos, le dijo: “¡Señor! ¿A dónde iremos? Tú dices palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y conocido que eres el Cristo, el Hijo de Dios”.
En otra ocasión Jesús preguntó: “¿Qué dice de Mí la gente? ¿quien dicen que soy?”. Pedro respondió “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”, Complacido Jesús le dijo: “Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne o la sangre, sino el Padre celestial. Yo te digo, que tú eres piedra, y sobre ella edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno jamás prevalecerán contra ella. Y te daré las llaves del reino de los Cielos: todo lo que ates en la tierra, será atado en el Cielo y todo lo que desates en la tierra, en el Cielo será desatado”.
Cuando en el huerto de Getsemaní se acercaron los soldados para prender a Jesús, Pedro, cogiendo una espada, cortó una oreja a Malco, criado del sumo sacerdote. Jesús le mandó que dejase la espada, y curó milagrosamente la oreja de Malco.
Pero, a pesar de este entusiasmo, esa misma noche negó tres veces a Jesús, perjurando que no lo conocía. Además, quiso meterse en casa de Caifás y calentarse al fuego en medio de los enemigos de Jesús, creyendo que no sería conocido.
Jesús le había predicho que antes de que el gallo cantase dos veces, él le había de negar tres. Y cuando San Pedro oyó cantar al gallo, se acordó de la profecía de Jesús y salió fuera, llorando amargamente. El Salvador quiso consolarlo, apareciéndosele después de su Resurrección y diciéndole que le perdonaba.
Poco antes de la Ascensión, preguntó Jesucristo tres veces seguidas a Pedro: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que los otros?”. Ante las respuestas afirmativas del apóstol, Jesús le encomendó a su Iglesia.
La mañana siguiente de la Ascensión de Jesucristo, comenzó Pedro a ejercer la dignidad y el oficio de primer Papa. En el Cenáculo presidió a los discípulos durante aquellos días en espera del Espíritu Santo. Asimismo, dirigió la elección de San Matías, que había de ocupar el lugar de Judas en el Colegio Apostólico. El día de Pentecostés inauguró la predicación del Evangelio, convirtiendo en la misma Jerusalén a tres mil personas.
Al cabo de poco tiempo hizo el primer milagro, y en vista del prodigio se convirtieron cinco mil personas más y pidieron el Bautismo.
San Pedro murió mártir en Roma, de donde fue el primer obispo durante veinticinco años. Antes de establecerse en esa ciudad, había regido la iglesia de Antioquía y viajado visitando las diócesis que se iban fundando. Era el año 67 cuando fueron presos San Pedro y San Pablo, por orden del emperador Nerón. Ambos fueron conducidos al suplicio el 29 de junio. San Pablo fue decapitado, mientras que el primer Papa murió crucificado, cabeza abajo, en el mismo lugar en que hoy se venera su se eleva la magnífica Basílica vaticana.
— ACI Prensa